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miércoles, 18 de mayo de 2011

Los pasos iniciales que hicieron de la Argentina “el granero del mundo”

Por Orfilio Aguilar


Estas líneas, medio “sembradas al voleo”, llevan como único fin, recordar cosas que duermen, un poco, en el olvido, y que –en alguna forma- dieron los pasos iniciales para hacer de nuestra Patria “el granero del mundo”.
Trato de valorar el sacrificio, el espíritu de lucha, la fe que animaba la voluntad inquebrantable de aquellos hombres, que con los elementos más rudimentarios trazaron los primeros surcos, rompiendo esta tierra virgen que se entregaba, que recibía de aquellas manos callosas el grano de trigo, ese grano que –en un futuro que se hizo realidad- se convirtió en el pan de la humanidad.


Mi padre solía contar que -cuando joven- explotaba una chacra en la zona de Pigüé, explicándonos el sacrificio que se debía realizar para preparar la tierra en aquellos lejanos años.
En los primeros tiempos, se utilizaban los araditos de mancera. El rendimiento de los mismos no producía, al cabo del día, una tarea abundante pero sí muy sacrificada, pues la persona que lo conducía debía seguir paso a paso la marcha del caballo que lo tiraba, sin abandonar las manceras, para que el arado no saliera del surco.
Posteriormente, se introdujo el arado “Oliver Carro”, llamado así por tener lanza. Igual que los carros, se ponía un caballo de cada lado; la mencionada lanza servía de guía para que el arado no se desviara del surco. Este elemento de trabajo tenía una sola reja. Estaba equipado con asiento; ya el conductor no seguía de pie´.
Después, se fueron incorporando los arados de dos y tres rejas; pero, siempre, esta tarea fue un sacrificio, sobre todo en las mañanas crudas de invierno, ya que había que atar ocho caballos entre tronqueros y cadeneros. El hombre que lo conducía sufría los perjuicios del frío; la única forma de mejorar esta situación era tener buenos caballos surqueros; aprovechando esto, el hombre bajaba del arado y seguía caminando, hasta llegar a la vuelta de la amelga, y así sucesivamente.
Una vez terminada la tarea del día, ya al anochecer, se procedía al afilado de las rejas, trabajo fuerte, rudo, otro ejemplo del sacrificio que se debía realizar en aquellos tiempos.
Una vez roturada la tierra con tanto esfuerzo personal, se estaba ya en condiciones de iniciar la siembra.
Para entonces, ya se había realizado el curado de la semilla, con el fin de evitar –en lo posible- los estragos que ocasionaba el “Carbón Volador”. Esta tarea se efectuaba en forma muy rudimentaria. El producto empleado entonces fue el sulfato de cobre; este se disolvía en agua, más o menos al 10%; previamente, se enterraba hasta la mitad un barril, al que se le había quitado la parte de arriba; allí se preparaba el producto, con el líquido hasta un poco más de la mitad.
Una vez listo esto, el trigo se repartía en medias bolsas, estas una por vez; se introducían en el barril; a este se le colocaban cuatro clavos arriba, con el fin de colocar la bolsa abierta; el operador con un palo movía el cereal para que el remedio cubriera todos los granos.
Eso también se aprovechaba para hacer alguna limpieza del trigo, pues, al mover el cereal, los granos chuzos o pajas flotaba sobre el líquido; con una especie de colador, fabricado en la chacra, se sacaba todo quedando el trigo en mejores condiciones de limpieza.
Terminada esta tarea, la media bolsa se retiraba del líquido, colocándola en una chapa preparada en forma de canaleta; así, el líquido que escurría por la misma, se volvía al barril. Finalizado este trabajo, se realizaba el tendido sobre lonas para su secado final.
La siembra, según mi padre, en aquellos tiempos se hacía a “voleo”, es decir que un hombre a pie o en un caballo muy manso, sembraba trigo, cargando media bolsa del mismo. Al paso, sacaba un puñado de trigo, que arrojaba al aire, de manera que cubriera dos y medio a tres metros de ancho.
Detrás del sembrador, seguía la rastra, a efectos de cubrir la semilla y, así, evitar el daño de las aves. Estas rastras eran de madera y tenía dientes fijos; se tiraban a la cincha del caballo que montaba el rastreador y un ladero. En aquellos lejano años se conocían solamente dos variedades de trigo: “Barletta” y “Ruso”.
Para realizar la cosecha se utilizaba la máquina espigadora o atadora, porque se podía usar de las dos formas: la espigadora cortaba solamente las espigas, las que por medio de un tubo elevador, descargaba en el carro de catre; este era una especie de enrejado de madera; el carro seguía apareado a la máquina; una vez lleno, debía dejar el lugar al carro que marchaba detrás; el anterior debía llevar su carga hacia la parva.
La atadora hacía el corte abajo; tenía un aparato especial donde se formaba la gavilla; ataba con un hilo sisal, cortaba y arrojaba al costado.
Después empezaba la tarea de amontonar las gavillas; dos hombres más, según superficie de rastrojo, preparaban los montones; se paraban las gavillas en círculo y se cubrían con otras arriba para protección; pero si llovía con fuerza, se hacía necesario desparramar nuevamente los montones hasta su secado; amontonados de nuevo, se realizaba el transporte a la parva; para esto, debía tener colocado el catre mencionado anteriormente. El carro, además del conductor, tenía también el cargador; este recibía las gavillas que le alcanzaban los horquilleros que estaban en el rastrojo.
Estos carros transportaban el cereal al lugar donde se levantaría la parva para iniciar el trabajo. Esperaban allí tres ayudantes y el emparvador; este debía ser un profesional, a efectos de levantar una parva pareja, sin vacíos y bien firme. Él era el único responsable de la buena conservación del cereal allí depositado, hasta que llegara la trilladora, que podía demorar una semana o un mes o más, pues todo dependía de los compromisos contraídos en otras chacras.
Cuando llegaba la trilladora era una fiesta, pues en la misma venía una cantidad de personal que –junto a la máquina- se formaba una verdadera comunidad. Si no me falla la memoria, el personal estaba integrado así: una maquinista, un ayudante, un foguista, un aguatero, dos cosedores, un pisador de yugo, un yuguero, un aceitador, dos cortadores de hilo de las gavillas, al entrar al embocador, -un apuntador- el que debía llevar el control de bolsas trilladas y gastos, etc., un cocinero y cuatro horquilleros.
Una vez iniciado en el lugar la llamada estiba de trilladora; esta se confeccionaba así: se tendían dos filas de bolsas a lo largo, con la cantidad necesaria para el largo de la estiba; se colocaba una tercera fila al medio de las anteriores, para darle a la estiba la forma de pirámide (así debía terminar). En esa forma, si llovía, el cereal no se mojaba, porque el agua que caía se deslizaba por el tejido de las bolsas.

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