“Sin miedo a tomar una pala para ensuciarme
las manos –dice Alfonso- y descendiente de un tiempo en que el respeto valía
algo y los vecinos se ayudaban unos a otros, sin pedir nada a cambio, puedo
contar muchas cosas y decir con orgullo que la época de nuestros padres fue
mejor que la actual”.
“En las largas horas de invierno de mi
niñez, sin televisión ni radio, nos reuníamos con los vecinos a conversar, a
jugar a los naipes, a comer girasoles, a rezar… A veces alguien tocaba una
acordeón, entonces cantábamos, bailábamos. Todo en alemán. Compartíamos la vida
diaria sin miedos. Con sus alegrías y tristezas. Los nacimientos, las
enfermedades, los fallecimientos… Todo se vivía en comunidad. Sin envidia, sin
maldad, sin aparentar tener más que el otro. El que tenía daba con el corazón y
el no tenía aceptaba con el corazón. Siempre con palabras de gratitud. Con una
sonrisa. No había grandes dramas ni grandes lujos –revela Alfonso.
“Todos se ayudaban unos a otros. Me
acuerdo que cuando mamá estuvo en cama durante un mes después de que naciera
uno de mis hermanos menores, todos los vecinos colaboraron con papá para que no
nos faltara nada para comer y nunca dejáramos de tener ropa limpia. Los abuelos
también estaban siempre. No había tantas demostraciones de cariño como hoy en
día, es cierto, pero el afecto estaba. Nunca nos sentimos solos ni
desamparados. Porque siempre había una mano amiga y la casa de una familia
generosa a la que recurrir.
“Nosotros éramos muy humildes pero en la
mesa familiar nunca nos faltó el pan para comer ni tampoco ropa para vestirnos.
Se vivía de otra manera. La gente era más simple. Las personas se respetaban y
había un respeto único hacía los padres. Nosotros los tratábamos de usted y si
papá nos miraba con cara seria ya temblábamos porque sabíamos que estábamos en
falta. Y las travesuras se pagaban con una buena paliza. Y todos salimos
hombres de bien –afirma con orgullo-. Nadie se quejaba.
El relato continúa. Alfonso cuenta que
empezó a trabajar a los 11 años, en el campo, ayudando a levantar una cosecha
en los años en que toda la actividad se desarrollaba con caballos.
“Después seguí trabajando hasta que me
jubilé. Estuve muchos años en el campo, hasta que mi patrón vendió su chacra. Después
trabajé de ayudante de albañil, de carpintero, hice pozos ciegos y muchas cosas
más que ni me acuerdo. Cuando escaseaba el trabajo había que hacer lo que
viniera y saber hacer de todo. Porque si no estabas frito. Antes no servía de
nada ser un mantequita”.
Quedó viudo hace 8 años. Tiene 6 hijos
casados: dos mujeres y cuatro varones. 16 nietos y 4 bisnietos. 83 años
cumplidos y una dignidad admirable. (Hilando Recuerdos - Julio César Melchior).
Que buenos tiempos, tengo 15 años y me hubiera encantado nacer en esa época tan linda. Muy linda nota me gusto mucho.
ResponderEliminarRiquisimo! Mi mama lo hacía con panceta y lo llamaba Gran adir Marsch. También hacia Kraut zweckela
ResponderEliminar