Nada es
fácil. Absolutamente nada. Todo requiere esfuerzo y trabajo. Desarrollar
cualquier labor significa dar libertad a los sueños y creatividad a la
voluntad. Sembrar; abrir el alma y entregar el corazón; caminar siguiendo el
sendero que el destino nos señala; son objetivos que todos debemos cumplir para
sentirnos realizados como personas. Nada sucede porque sí ni nada acontece sin
tener un plan. Los hechos, las circunstancias, los encuentros, nunca son
casuales como tampoco es casual ningún suceso que nos ocurre a lo largo de la
vida. Todo tiene su razón de ser. Y nosotros debemos dejarnos llevar por ese
mar de acontecimientos insondables que nos conducirán hacia nuestra meta.
Los abuelos
lo sabían. Lo sabían y comprendían profundamente. Por eso llamaron a su destino
Dios y entregaron en sus manos su porvenir. Confiaron plenamente en Él. Dejaron
que Él proveyera. Acataron el devenir cotidiano que, a veces, parecía no tener
sentido en el presente, pero que en el futuro sí lo tuvo. Aprendieron a esperar
sin desesperar. Confiaron. Se entregaron a la fe, a la conciencia plena de
creer en un ser superior. Y Él nunca los defraudó. Aun en la hora más difícil,
aun en el instante más crucial, Él estuvo a su lado, ayudándoles a decidir,
dándoles fuerza para continuar el camino y llegar a la tierra prometida.
Fue así como
pudieron dejar Alemania primero; el Volga después; y afincarse definitivamente
en la Argentina. Porque creyeron en Dios, confiaron en Dios y porque Dios los
hizo creer en sí mismos y confiar en sí mismos. De ese modo fue como
consiguieron llegar donde nunca nadie llegó: confiando siempre confiando, en
Dios y en sí mismos.
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