Nuestros ancestros le dieron el verdadero sentido a la
Navidad. Mucha austeridad, nada de cosas materiales, nada de excesos en comidas
y bebidas, una fiesta íntima en cada corazón donde el invitado único a quien
rendirle honor era el Niño Jesús. El hogar era el templo donde homenajearlo y
cada corazón una llama encendida ofrecida a Él. Ese era el motivo por el cual
reunirse, alegres, sin rencores ni peleas, con lo poco o mucho que había para
compartir, todo era suficiente si estaba ardiendo en el pecho la llama del amor
a Jesús y por ende a sus semejantes.
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