Mi madre me habla en alemán. Me cuenta
de su niñez en la colonia, de su casa, de sus padres, de la escuela parroquial.
Recuerda amigas. Las cita con nombre y apellido. Me detalla dónde vivía cada
una. Cómo eran sus hogares. Sus familias. Cuántos hermanos tenían. Cómo eran
sus padres. Algunos muy buenos, otros no tanto. A qué jugaban.
Me habla de un universo que ya no
existe. De una sociedad que el consumismo devoró. De un pueblo diferente, dónde
la solidaridad era algo cotidiano y no una excepción. Donde todos integraban
una sola y gran familia. Donde todos se conocían. Donde todos se saludaban. Donde
todos hablaban entre sí. Donde todos eran felices con poco. Donde todos
compartían todo. Donde todos se ayudaban. Donde todos creían en Dios.
Y mientras mi madre me habla imagino ese
pueblo, esa sociedad, y me dan ganas de llorar al comprender todo lo que
perdimos.
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