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martes, 25 de octubre de 2016

La abuela Bárbara Stremel nos cuenta su vida

“Crecí viendo el sacrificio de mis padres trabajando duro y privándose de todo para poder darnos a mis hermanos y a mí un hogar, un techo y una educación. Vi el sacrificio de mi tía viuda a los treinta y cuatro con sus hijos pequeños haciéndose cargo de un campo y un tambo. Ordeñando todas las mañanas, sentada a la intemperie, junto a las vacas, en la oscuridad de la madrugada, con frío, con heladas, con lluvia. Sin quejarse ni llorar”.

“A papá lo veíamos una vez al mes o cada dos porque trabajaba de peón en un campo que quedaba muy lejos de la colonia y no se podía viajar con la facilidad de hoy y tampoco había dinero suficiente para darse el lujo de visitar periódicamente a su mujer y a sus queridos hijos. Además en aquellos años se trabajaba de lunes a sábado y la mayoría de las veces, los domingos también” –cuenta doña Bárbara Stremel.
“Ahorrar era la premisa para la vida diaria y había que ahorrar haciendo muchos sacrificios porque no sobraba casi nada. Aún así el ahorro fue lo que hizo que pudiéramos estudiar, tener una casa, un patio dónde jugar, comida en la mesa y una cama tibia dónde arroparnos con las colchas que nos hacía abuela con la lana de oveja” -agrega.
“Mamá se las arreglaba en la cocina con lo poco que había. Nos mimaba, preparándonos alimentos caseros y sabrosos; pero ella muchas veces no comía, para que nosotros pudiéramos alimentarnos bien y estar sanos” -rememora.
“Los niños teníamos un par de calzado de domingo y alpargatas gastadas por el uso, para la semana y una muda de ropa para salir. Y para jugar pantalones remendados y un pullover tejido por abuela con retazos de lana” -evoca.
“Lo más importante que teníamos era la familia, dónde se respiraba armonía y felicidad, y una colonia hermosa, dónde las calles eran la extensión de la casa, los vecinos eran cómo hermanos y la vida era la vida: simple y hermosa”.

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