En tiempos de la abuela daba gusto
recorrer la colonia durante el verano. En cada casa florecía un jardín y
producía una huerta. Hombres, mujeres y niños se esmeraban para regar en los
atardeceres, sacando agua en la bomba y trasladándola en enorme baldes. Se trabajaba
en familia. Todos utilizaban la pala para dar vuelta la tierra, el rastrillo
para emparejarla y la azada para formar los círculos dónde luego se sembraban
las semillas. No faltaba la clásica regadera. Tampoco los inventos para
espantar los pájaros, sobre todo a los gorriones y a las palomas, como el
rectángulo de madera recubierto con alambre tejido o los piolines con tiritas
de tela o papeles de colores, entre otros.
Las verduras se cosechaban y se
consumían frescas y con el excedente se preparaban dulces, conservas y
encurtidos.
En pleno verano, se hacían suculentos
pucheros que contenían abundante verdura, que se ponían a hervir bien temprano
sobre la cocina a leña. Donde también, y a la par, se cocinaban dulces de
tomate, zapallo, entre otros muchos, para su consumo inmediato y para guardar en el sótano para el invierno.
Pequeños recuerdos cotidianos del tiempo
de nuestras abuelas. De aquellos veranos inolvidables de nuestra niñez.
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